martes, 3 de mayo de 2011

Edmundo López Bonilla: Testimonos de la Revolución en Veracruz


DOCUMENTOS, TESTIMONIOS Y CRÓNICAS DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA EN VERACRUZ

Bernardo García Díaz
Editora del Gobierno del Estado
Xalapa, Veracruz
2010

Inicio este texto citando las palabras del Maestro Gino Raúl De Gasperín Gasperín, como celebración por el advenimiento de un nuevo libro: “Dar a luz una publicación, un libro, es un acontecimiento de los que iluminan el universo, le dan un respiro de aire limpio en su agitada y contaminada existencia. Aunque no seamos testigos de ello sino un puñado de amigos y compañeros, todos sabemos que sembrar un libro es sembrar vida para el presente y para el futuro, es creer aún en la fuerza de la palabra como generadora de libertad, es retar a una sociedad indolente respecto a la lectura, es burlar los muros que el sistema le pone al creador, es un desplante de orgullo frente a la indiferencia de esas instituciones que tienen atribuido el ser promotoras de la cultura”.
En ese gran monumento que es el estudio de la historia, los sucesos “secundarios” parecen no existir, o no ser materia a propósito para gastar tiempo en su análisis.  Ngozi Adichie Chimamanda, escritora nigeriana, denuncia en El peligro de la historia única:
“La consecuencia de la historia única es ésta: roba la dignidad de los pueblos, dificulta el reconocimiento de nuestra igualdad humana, enfatiza nuestras diferencias en vez de nuestras similitudes (…) Así es como creamos la historia única. Mostramos a un pueblo como una cosa, una y otra vez, hasta que se convierte en eso y esto tiene que ver con el poder”. (…)  “Las historias importan. Las historias se han usado para despojar, calumniar. Pero las historias también pueden dar poder y humanizar. Las historias pueden quebrar la dignidad de un pueblo, pero también pueden reparar esa dignidad rota (…) Cuando rechazamos la historia única, cuando nos damos cuenta que no hay una sola historia sobre ningún lugar, recuperamos una suerte de paraíso”.
Y en México, la historia única nos la han dictado los vencedores: Derrocamiento de un poder absoluto por el ideal de la democracia. Triunfo y caída del Apóstol que pensaba únicamente en la aplicación del termino “democracia” y no en cumplir los postulados de su programa; usurpación del orden emitido por el pueblo que creyó que el cambio de hombres era la panacea social, por el miembro más podrido del ejército federal y la respuesta para restituir el imperio de la Constitución, encabezada por otro latifundista y que devendría en lucha de facciones por la obcecación del Primer Jefe: gestor de la nueva Constitución y víctima a su vez de su ambición: conflicto que trajo en vilo al país con las ambiciones desatadas, donde el cuartelazo, la traición, el asesinato del oponente a sangre fría: diferente, diametralmente diferente de las muertes por los vaivenes e incidentes de la guerra, eran cosa de todos los días. Horror que a mi juicio declinó en los últimos años de la década de los treintas, con la gestión de Tata Lázaro.
Toda esta efusión de pasiones bañada en sangre, está formada —como una línea— de una sucesión de historias mínimas; historias grandiosas, jocosas o trágicas que por haber sido realizadas por hombres y mujeres, no pueden ir más allá de nuestras aspiraciones, de nuestras ambiciones, de nuestros dolores: mezcla de sentimientos que forman la esencia humana y por lo mismo comparables a cualquier historia dada en cualquier parte de esta nuestra tierra. Aun así, consideradas  historias pequeñas, según la óptica del los estudiosos de ese bloque llamado “Historia de la Revolución Mexicana”, y que sólo en parte han sido rescatadas del olvido:
En Documentos, Testimonios y Crónicas de la Revolución Mexicana en Veracruz de Bernardo García Díaz, tenemos la oportunidad de ver esta convulsión contada por la gente común: campesinos poetas desarraigados y campesinos sin tierra, obreros promotores del inicio y el desarrollo de las ideas sociales en un país ajeno a las leyes laborales vigentes en muchas partes del mundo y la desmedida respuesta gubernamental y por lo mismo, obreros convertidos en combatientes; viajantes que miran, comparan sorprendidos ante lo primitivo de este joven mundo que pisan; orgullosos escritores que guardaron en algún resquicio la sensibilidad; invasores que hacen de esta confrontación el ensayo para sus próximas aventuras guerreras y defensores denodados que no fueron amedrentados por la fuerza bélica, ni el número de hombres y máquinas de guerra; traiciones sangrientas perpetradas contra antiguos maderistas desencantados; bandoleros que aprovecharon el caos, como se aprovecha el río crecido; artistas movidos por esa otra invasión al territorio veracruzano que fue el constitucionalismo, pero con los ideales intactos generadores de obras; las campañas guerreras del constitucionalismo, unas, promotoras del retorno al cauce de la ley, otras para ahogar los reclamos del cumplimiento de uno de los ideales primarios: la restitución de la tierra a sus antiguos dueños y ligado estrechamente a este asunto, el rápido desarrollo de la industria petrolera y los medios de controlar sus territorios y proteger sus intereses.
En suma, repeticiones a escala regional del huracán de muerte, despojo y ambición de poder de los grandes hombres de la historia única: los héroes, los prohombres más celebrados que sólo vieron en la convulsión la oportunidad de salir de anonimato, hacerse del poder para que las cosas no cambiaran y que fueron encumbrados por multitudes ansiosas de cobrarse las injusticias del antiguo régimen y saborear el suave regusto de la libertad.
Visto desde este ángulo, esta antología, al hacer el recuento, devuelve en parte la dignidad a la gente que no pasó a las páginas de la historia única, porque no fueron generales o políticos logreros, que participaron por idealismo o por la fuerza, y no consiguieron más que el recuerdo cuando tuvieron la suerte de sobrevivir, o figurar como un número más en el conteo de los muertos. Recuento breve, demasiado somero, esquemático quizá, para un libro lleno de riqueza testimonial, que como casi todos los escritos por Bernardo García Díaz o compilados en colaboración de divulgadores entusiastas, contribuyen a la difusión de la historia… de las historias de la Revolución mexicana, y devuelven la dignidad a los sucedidos en los estratos despreciados por el poder dominante que estableció ese poder sobre una montaña de cadáveres y de ideales
Edmundo López Bonilla

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